Nueva entrega para mis Trasfondos, continuación del anterior ya que este mes he seguido pintando Ents, así que nada, un poco más...
El viento recorría los valles del norte con un murmullo que arrastraba palabras olvidadas. Allí donde el bosque dejaba espacio a colinas de brezo y roca, un Ent de figura esbelta avanzaba con paso liviano, casi danzante. Su corteza era de un marrón claro, y sus hojas, escasas pero firmes, tintineaban en un amarillo pálido, como si fueran fragmentos de luz otoñal. Isli caminaba desde tierras altas, donde los árboles aún hablaban en lenguas finas y ágiles como las ramas del abedul y el tiempo sigue siendo algo que pasa lento.
Había salido de su rincón de la Tierra Media tras sentir la llamada de
Bárbol, no con un estruendo, sino como un temblor en la savia, un anhelo
antiguo que brotaba sin causa aparente, y eso que no había visto a otro Ent
desde hacía muchas estaciones. Sin embargo, no se sentía solo, el mundo, de
alguna forma, hablaba más que nunca, y si sabías escuchar ibas hilvanando una
historia que poco a poco crecía en los confines de Mordor.
Durante su particular viaje que le llevaba ya más de cuatro lunas llenas,
una tarde se dispuso a cruzar un barranco por el que discurría lo que antes
había sido un gran río, pero que el tiempo, que aunque pasa lento en estas
tierras, sí que realiza su inexorable trabajo de desgaste, había hecho que solo
se pudiese pasar por una gran laja de piedra, que a modo de puente desgastado
por las lluvias y las estaciones, alguien o algo había tenido bien a poner ahí.
El arroyo que lo atravesaba apenas susurraba ahora entre guijarros musgosos,
añorando los tiempos en los que hacía saltar piedras y sus salpicaduras
llegaban lejos, muy lejos. Al poco de caminar sobre la gran piedra Isli se detuvo
posando sus largas raíces con suavidad sobre la piedra lisa. Alzó su rostro
nudoso hacia el cielo, dejando que la brisa jugueteara entre sus hojas, y
haciendo una música que pocos son capaces de disfrutar, pero Isli sí.
Fue entonces cuando lo vio.
Un zorro trotaba por debajo del puente, su pelaje rojo contrastando con el
gris húmedo de las piedras. Caminaba con cautela, como si supiera que algo más
antiguo que él mismo lo observaba desde arriba, parecía seguir un rastro, y se
metía poco a poco en la orilla, quizás para beber un poco. En ese mismo
instante, una ardilla apareció de debajo de la piedra, se giró sin detenerse, y
lanzando un chillido corto corrió hacia los arbustos del otro lado.
Isli sonrió, si es que los Ents pueden sonreír.
—Hmmmmm... todo se mueve hoy... hasta los silencios —murmuró, y prosiguió su
camino, dejando atrás el puente, el zorro y la ardilla.
Donde los bosques no tienen senderos y la niebla se aferra a los troncos
como un recuerdo, avanzaba una figura alta, de aspecto casi fantasmal. Su
cuerpo estaba formado por un entrelazado de raíces y ramas cubiertas de musgo
espeso, con tonos verdes oscuros y profundos como el fondo de los lagos. En sus
hombros y espalda crecían matas de flores pequeñas, rosas, entremezcladas con
las verdosas hojas, que parecían encenderse cuando el sol se filtraba entre las
copas. Algunas de esas flores aún goteaban rocío.
Hoorn era un Ent de bosque húmedo y profundo, venido de una región donde la
tierra no conoce sequía y donde los árboles crecen entre corrientes de agua
subterránea. Más viejo que muchos, sus movimientos eran lentos pero firmes,
como si cada paso fuera una decisión tomada tras años de reflexión, era más
parecido a lo que todos cuentan que es un Ent. Un pastor de árboles que por
estar en zona húmeda, lúgubre y tranquila, poco a poco se iba convirtiendo en
un árbol más, y que ahora, por alguna extraña circunstancia, había comenzado un
viaje llamado por algo en la lejanía.
En su mano derecha llevaba una gran losa de piedra, irregular y cubierta de
enredaderas que parecían abrazarla como si fuera parte de su cuerpo. La piedra
tenía formas talladas por el tiempo —o por algo más—, y aunque nunca hablaba de
ella, su presencia imponía. No era un arma. No parecía un trofeo. Era algo más
antiguo. Un símbolo, quizás. Un recuerdo con peso.
Setas carmesíes adornaban su corteza en los pliegues de su torso y piernas.
Algunas parecían recién nacidas, otras ya secas, aferradas aún a su anfitrión.
Cada vez que el viento soplaba entre sus ramas, parecía que Hoorn respirara,
exhalando un susurro vegetal que hablaba de cosas enterradas. El bosque parecía
abrirse a su paso, no por temor, sino por respeto.
Los caminos de Ents no se cruzan fácilmente. Pero cuando lo hacen, el bosque
se detiene a escuchar.
Isli caminaba por una vaguada donde los helechos cubrían la tierra como un
lecho mullido. Silbaba con el viento, un sonido ligero, casi travieso, que se
confundía con los cantos de las hojas. Fue ahí donde lo vio.
Una figura alta, de hombros anchos y caminar pausado, se acercaba desde el
otro lado. Llevaba la piedra consigo, y cada paso parecía pesarle un otoño
entero.
Isli se detuvo y esperó. No por cortesía, sino por instinto. Hoorn alzó la
vista lentamente. Sus ojos, oscuros y húmedos, se posaron en el joven Ent, y
tardó un buen rato en hablar.
—Hmmmm... hojas claras... no muchas veces he visto árboles que se muevan tan
rápido.
—Y yo no he visto muchos que lleven piedra como si fuera fruto —respondió
Isli con una inclinación de ramas.
Hoorn apoyó la losa en el suelo con cuidado. Un temblor recorrió la tierra
bajo sus pies.
—A veces... se lleva lo que no se quiere dejar atrás. Aunque no tenga raíz.
Isli asintió. Aquel Ent hablaba con peso, como si cada palabra hubiera sido
arrancada de un tronco viejo.
—¿Vienes por la llamada? —preguntó, curioso.
—Hmmmm... sí. Bárbol. Viejo nombre. Vieja causa.- Mientras entornaba los
ojos como haciendo recuerdo de algo muy muy antiguo. —Entonces... caminamos en
la misma dirección.
Y sin más, comenzaron a andar. El joven y el viejo, uno con pasos ligeros,
el otro con pisadas hondas como pozos. Entre ellos, el silencio no era
incómodo. Era como el que crece entre ramas altas, donde la luz se filtra
despacio y cada sonido cuenta, no les hacía falta abrir la boca para
intercambiar pareceres.
Unos días más tarde, entre las colinas que bordeaban los primeros pinares
del oeste, el destino, o el bosque tejió su encuentro con el grupo que ya
conocemos. Burhrrum, Oörloon, Sisslun y Boj habían detenido su marcha junto a
una hondonada, descansando bajo un roble solitario. Sisslun entonaba una
antigua canción de corteza mientras Oörloon compartía anécdotas sobre líquenes
parlantes con Boj, que lo escuchaba con ojos abiertos como ramas nuevas.
Y entonces, lo vieron.
Primero a Isli, que emergía danzando de entre los pinos, saludando con una
rama extendida. Luego, tras él, a Hoorn, que arrastraba su piedra con el mismo
cuidado que se lleva un recuerdo.
No hubo sorpresa. Solo un asentimiento compartido. Como si los árboles
supieran cuándo algo debe suceder.
—Hmmmm... uno joven, otro viejo... —dijo Sisslun con una sonrisa en su voz—.
Buen equilibrio.
Oörloon asintió.
—El bosque los empuja. Y ellos han escuchado.
Hoorn posó la piedra con suavidad sobre la hierba, y durante un instante,
pareció que la tierra contenía el aliento. Isli saludó con ligereza, y Boj
corrió a su encuentro con la emoción brotando como savia fresca.
Los seis Ents formaban ya un pequeño bosque ambulante, y aunque aún eran
pocos, la Tierra Media parecía más densa donde ellos pasaban. Las hojas
susurraban más alto. Las raíces despertaban. Y los pajarillos se animaban a
cantar a su alrededor.
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