viernes, 31 de enero de 2025

TRASFONDO DE LOS TRASGOS

Sigo escribiendo trasfondos para mis compañías, esta es la de este enero, la de los Trasgos. 


La Ciudad Bajo la Montaña es un infierno subterráneo, donde la oscuridad lo envuelve todo. Un laberinto de túneles excavados en la roca que acaban en un mar de pasarelas de madera que cuelgan a través de las paredes de la cueva, algunas crujientes, otras roídas por el tiempo y la humedad. El aire es denso, viciado por el hedor nauseabundo de excrementos de trasgos, ratas, murciélagos y cadáveres olvidados que se unen a la poca ventilación que hay con el exterior. Restos de carne, huesos rotos y pedazos de criaturas caídas forman montículos grotescos que ya forman parte de las pasarelas. La mugre se acumula en cada rincón, mientras el ruido de murmullos y gritos lejanos forma una sinfonía perturbadora.

La luz es débil, apenas suficiente para revelar lo que ocurre en la penumbra. Fogatas y antorchas titilan aquí y allá, creando sombras inquietantes que danzan sobre las paredes de roca. La única luz significativa proviene de la gran rueda de madera que cuelga sobre el trono del rey. Enorme y retorcida, gira lentamente sobre una polea gigantesca, iluminando el espacio con un resplandor rojo y amarillento. Nadie recuerda cómo la colgaron ahí, ni de dónde la sacaron los trasgos, pero es responsable de la poca luz que hay dentro. Aunque incluso su luz es traicionera, pues no alcanza a disipar las sombras profundas que se cernían en las esquinas de la ciudad.

Un alboroto comienza a filtrarse desde las profundidades de la ciudad. Un grupo de trasgos irrumpe en el centro de la caverna principal, sus voces y chillidos llenan de nerviosismo y miedo la antesala del trono, el lugar donde comienza la pasarela real que lleva a los aposentos del Rey. Llevan consigo a uno de los suyos, un trasgo ensangrentado, cuyas ropas están empapadas en una sangre negra y viscosa, sangre de trasgo. El cuerpo parece estar medio desecho, con heridas profundas y un rictus de horror aún en el rostro. La multitud murmura, algunos con asco, otros con curiosidad.

—¡Alto! —grita Grinnah, con una mano levantada. Conocido por su astucia y su mano dura, Grinnah se ha ganado el respeto de los clanes trasgos. Se adelanta, separando a la multitud con su voz grave y feroz. Su mirada, penetrante y feroz, escanea al grupo que trae al trasgo herido. Con un solo gesto, los hace callar y les indica que se callen y se acerquen

Desde su lugar de observación, en la sombra de las grandes columnas de madera que sostienen la pasarela central, el Escriba está en su silla, colgado de poleas, su cuerpo pequeño y menudo balanceándose suavemente en el aire. Su cara, de rasgos enfermizos, está iluminada por la tenue luz de las antorchas que se reflejan en su pluma blanca, con la que escribe sin cesar en un rollo de pergamino. Sus ojos saltones observan todo con una atención malsana, como si disfrutara de cada doloroso momento. El Escriba, un trasgo diminuto de apariencia infantil, tiene los dientes podridos y un mechón escaso de cabello que apenas cubre su cabeza. Aunque su tamaño y su fragilidad lo hacen parecer inofensivo, su presencia es siempre inquietante. Nunca deja de anotar, siempre buscando el registro de cada crimen y sentencia, y luego escupe toda esa información al Rey cuando éste la necesita.

De pronto, el Rey aparece como una sombra monstruosa, avanzando con paso pesado por las pasarelas de madera que crujen bajo su peso. Aunque tiene un cuerpo fabulosamente grande, es más ágil de lo que pudiera parecer. La multitud se aparta con miedo, dejando un camino despejado, aunque algunos trasgos caen al suelo, apurados por esquivarlo. Los trasgos que se arrodillan a su paso se encargan de recoger con manos temblorosas los excrementos que dejan atrás, limpiando la suciedad como si fuera su obligación, como si su existencia misma dependiera de ello. La visión es repulsiva, y el aire se vuelve aún más irrespirable al paso de la bestia.

El Rey avanza, su figura gigantesca y oscura se acerca hacia Grinnah mientras los trasgos se apartan sin atreverse a alzar la vista. Saben lo que significa no rendirse ante el poder absoluto del rey.

El murmullo de los trasgos crece a medida que el rey se acerca desde su trono, algunos murmurando entre dientes, otros vacilando, como si temieran hablar en voz alta. El murmullo crece por momentos, pero entonces el Rey da un solo paso al frente, y en un movimiento tan rápido como letal, agarra un trasgo por la cintura como si fuese de algodón, lo levanta en vilo y lo zarandea. La cueva se ha quedado en silencio una vez más y el desgraciado ni siquiera es capaz de gritar, sabe de su suerte. Con un gesto brutal, lo lanza por el borde de la pasarela, a la oscuridad infinita del vacío. El cuerpo del trasgo cae, gritando ahora, hasta perderse en la oscuridad del fondo.


2025 TRASGOS 023


De nuevo el silencio absoluto se extiende por la ciudad, los murmullos cesan, y la mirada del rey, fría como el hielo, recorre a todos los presentes. Ningún trasgo se atreve a mover un músculo.

La multitud, ahora en completo silencio, se arrodilla ante él, conscientes de que en su mirada reside tanto la sentencia de muerte como la justicia más temible.

Vuelve a su trono suspendido, construido con tablas viejas y torcidas, un reflejo del reinado que sostiene con mano de hierro. Sobre él, la rueda gigante gira lentamente, iluminando la caverna con su luz cálida y roja, pero también creando una sombra ominosa sobre los presentes.

Grinnah se inclina, señalando al trasgo ensangrentado con un gesto casi imperceptible.

—Gran Rey, este trasgo ha cometido un asesinato. Ha matado a otro, dejando su cadáver tirado en la ciudad. Todos los testigos lo han señalado, pero nosotros venimos a que se juzgue su destino —dice, su voz grave y directa. El miedo en su tono es palpable, pues sabe que el juicio del Rey no es algo que se tome a la ligera.

El trasgo herido, cuyo rostro está marcado por el terror, intenta balbucear algo, pero las palabras se le ahogan en la garganta. Está tan débil que apenas puede mantenerse de pie.

El Rey levanta una mano, señalando al Escriba, que inmediatamente deja de escribir, acciona una palanca y sus siervos mueven la plataforma y engranajes para acercarlo. Con agilidad, comienza a tomar notas de cada palabra y acción, su mirada fija en cada movimiento, como si el juicio en sí mismo fuera una transacción en su mente.

—¿Por qué lo mataste? —pregunta el Rey, su voz profunda y cortante, resonando en el aire. La luz de la rueda ilumina su rostro, mostrándolo imponente y despiadado. Sus ojos brillan como el fuego, reflejando una maldad insondable.

El asesino levanta la cabeza, su voz débil pero llena de miedo.

—Él… él me robó… Me robó mi comida…—sus palabras son casi ininteligibles, pero el miedo que se refleja en sus ojos es claro. Nadie cree en su versión.

El Rey lo observa durante un largo momento, sopesando la situación. Un murciélago vuela cerca, y el trasgo alza la vista, tenso, como si temiera ser devorado en cualquier momento. La ciudad está llena de estas criaturas, siempre al acecho, y su presencia es uno de los mayores temores de los trasgos.

Con un gesto, el rey hace que Grinnah lo acerque aún más, y luego, mirando al Escriba, habla con calma.

—El crimen ha sido cometido. El asesinato es claro. No hay justificación para este acto.

Hace una pausa, y la sala se queda en un tenso silencio, como si todos pudieran sentir el peso de la sentencia. Finalmente, señala hacia los oscuros pasajes de la ciudad.

—Llevadlo al Pozo de las Sombras, que la oscuridad le devore lentamente, como hizo él con su víctima.

Los murmullos cesan. Algunos trasgos se inclinan en respeto, otros fruncen el ceño, pero todos saben que el juicio es firme y justo. En La Ciudad Bajo la Montaña, la muerte y el castigo son tan parte del ciclo natural como las sombras y la oscuridad.

Y, como siempre, el Escriba no deja de anotar ni un solo detalle.



No hay comentarios:

Publicar un comentario